Cap. 5 "Casi"

La princesita está sola. Tiene miedo, mucho miedo. Pasa entre los árboles. Mira para atrás. ¿Dónde están todos? Piensa. ¿Por qué me dejaron sola? Un ruido lejano, otro más cerca, escucha pasos. ¿Será mi papá? Se va metiendo en una zona de arbustos; tal vez allí este mejor protegida. Ve un lugar que le parece seguro y va hacía allí; corre una rama de un arbusto y los ve, eran 3 muertos comiendo restos de un perro. Pero no era suficiente para todos, volvían a tener hambre.

Una hora antes.

Los autos iban ya por la Núñez tan rápido como podían. Mucha gente corría y se cruzaba por la calle; el auto de Asado casi atropella a una mujer que corría con su bebé en brazos. El Gringo iba atrás; miraba fijo hacía adelante, como ido. Hace 5 minutos había muerto Ángela, su compañera, y el Gringo solo había dicho “No es culpa de nadie”. Su auto se detiene; bocinas atrás de él. Los otros autos comienzan a esquivarlo; la princesita lloraba abrazada a una manta. 

Papá, ¿qué te pasa? le preguntó Javier, fríamente.

El gringo no respondió. Miraba hacia adelante sin decir nada; entonces empezó a pegarle puñetazos al volante, al vidrio del auto, al asiento, a todo lo que encontraba. Gritaba, lloraba, sí había un culpable. Tenía que haber uno: Asado, la Aye, su novio, el partido, los muertos. Tenía que haber un culpable, Ángela, él.

Papá sino avanzas, nos morimos todos —intentó traerlo de vuelta Javier. 

Seguía sin responder. Ahora solo miraba por la ventanilla. Al frente, adentro de un bar, se veía una pelea; le llamó la atención, abrió la puerta y bajo del auto. Allí se quedo viendo que pasaba; un hombre salía corriendo del bar, lo seguía una mujer con los brazos levantados. El hombre tropezó con una silla y cayó al suelo. La mujer se abalanzó sobre él; comenzó a comerlo. El Gringo intentó cruzar la calle pero Javier lo agarró del brazo.

Si te vas a ir, déjame la pistola. No está en la guantera —dijo Javier. Mientras el Gringo bajaba del auto, él había revisado la guantera en busca de la pistola. La princesita no paraba de llorar, pero no emitía ningún sonido. 

El Gringo se dió vuelta y vió a sus hijos, no podía dejarlos; Ángela había muerto y sólo quedaba él para ellos. Lo empujó a Javier y volvió dentro del auto. Arrancó y siguieron por la Núñez; ya no se veía el auto de Asado. Ellos ya estaban llegando a la Bajada del Cerro cuando se dieron cuenta.

Pará Asado que no veo el auto del Gringo —advirtió Ayelén.
Puta madre —dijo Asado mientras paraba el auto —vamos a dar la vuelta.

Empezó a hacer una vuelta en U cuando, desde la mano contraría, un auto subía a más de 120 km por hora. No los chocó de lleno, sino no contaban la historia. Los agarró atrás, en la luz trasera. Fue suficiente para que el auto de Asado se estrellara contra un árbol. El otro auto se cruzó de carril y se estrelló contra un auto que venía de frente. Explotaron automáticamente. Asado se dio la cabeza contra la ventanilla, tenía sangre pero no era grave, Aye y el Pity estaban bien, tenían golpes pero no cortaduras. 

No lo ví. ¿Están bien? —preguntó Asado
Estamos bien Asado, tranquilo. Apareció de la nada. Bajemos, no vaya a ser que este explote como aquel otro auto —dijo el Pity. A Asado le caía bien el Pity; ya lo conocía de antes que fuera novio de la Aye, lo había visto en la cancha alentando a la T. Era de la barra brava. 

¿Qué hacemos con el Gringo?, ¿lo esperamos acá?, no da para volver a buscarlo a pata —dijo Ayelén.

La pregunta se respondió sola. Por la vereda donde estaban, tres muertos venían hacia ellos. Asado los vió y fue al auto a buscar sus cosas y la de los chicos. Cada vez manejaba mejor las herramientas de la parrilla.

Vamos bajando y atentos al auto del Gringo. Tiene que venir derecho por la Núñez, es lo que habíamos dicho —casi ordenó Asado y los pibes lo siguieron.

Bajaron casi corriendo por la Núñez donde cada vez se veían más muertos y tuvieron que enfrentar a uno en el camino. Era un guardia de seguridad del barrio; el Pity se adelantó. Ya sabía que si le daba en la cabeza, caían al instante; agarró la caña de bambú y se la metió por la oreja. Se miraron. Siguieron. 
Ya era casi imposible estar sobre la Núñez que, ahora, se hacia la Octavio Pintos. Había muchos muertos y los autos pasaban a mil por hora. En cualquier momento uno se subía a la vereda y los hacían boleta. 

Asado, no podemos seguir por acá. Vamos al Parque, no queda otra. De última buscamos un lugar alto para ver si lo vemos al Gringo —recomendó la Aye.
Tenés razón Aye. Vamos —dijo Asado. Se iban a apartar del camino acordado. Asado no quería dejar a su amigo solo, menos después de lo que le pasó a Ángela, pero no le quedaba otra. 

El auto del Gringo venía avanzando pero era difícil avanzar en medio de tantas corridas y autos. Llegaron a la bajada de la Núñez y el Gringo vió el auto chocado de Asado, clavó los frenos. 

¡Papi! ¡El auto del tío! —dijo la princesita, con miedo.
Quédense acá. Ya vuelvo —ordenó el Gringo a sus hijos, agarró la pistola que tenía en su cinturón y se bajó. Fue a ver el auto y lo vió la mancha de sangre en la ventanilla. Pensó lo peor. ¿Qué iba a hacer ahora solo?, estar con Asado lo tranquilizaba, pero eso era sangre. Pensó lo peor. Un grito lo sacó de su letargo, se dió vuelta y vió a dos muertos que intentaban entrar en su auto. Los dos chicos se habían arrinconado en el asiento trasero pero las ventanillas estaban un poco abiertas y por allí se colaban las manos. 

El Gringo corrió hacia el auto. Los muertos la tenían fija con los chicos y tenían hambre, mucha hambre. El Gringo disparo como a 10 metros; un tiro le dió en el hombro y se lo sacó volando; el segundo le dió en la cabeza y cayó al piso seco. Le apuntó al segundo en la cabeza y de un tiro lo dejó colgando de la ventanilla. La princesita no paraba de gritar, Javier estaba atónito; eso no era como los videos juegos, eso era de verdad. Si lo mordían se convertiría; la posibilidad de morir devorado por esas cosas lo llenó de pavor. Y de enojo.

El Gringo miró la rueda y estaba desinflada por el primer tiro que pegó, iban a tener que seguir a pie. Les dijo a los chicos que salieran y empezaron a correr hacia el Parque de las Naciones; fue instintivo, le pareció el mejor lugar para esconderse. Cuando estaban por entrar a la Plaza no vieron que desde atrás, un muerto se acercaba. Un gruñido hizo que el Gringo se de vuelta, ya lo tenía encima y cayó con el muerto encima perdiendo el arma que llevaba y una caja con balas. Javier lo miró; para él su padre ya estaba muerto, todos estaban muertos. Miró a su hermana que había salido corriendo hacia la Plaza, ella no quiso ver como se lo comían a su papá. Javier agarró el arma y las balas que tenía su papá y se fue; él no se iba a morir, él iba a vivir sin importar que pase. Cruzó la Octavio Pintos y se metió, corriendo, por la Obispo Lazcano. Tenía que juntarse con sus amigos; ellos lo entenderían, tenía que ir a verlo a Nacho a Alta Córdoba.


1 comentario:

  1. Aún no leí tu novela. Lo haré cuando tenga tiempo. Te escribo aqui para hacerte una sugerencia. Que es lo que voy a hacer yo. Si va a ser larga, te sugiero que no pongas los enlaces a los capítulos arriba. Más bien, lo que deberias hacer es, hacer una entrada con los enlaces a los capitulos y el enlace a esa entrada, arriba, como los capitulos. Siempre y cuando, vayan a ser muchos.

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