Cap. 4 "Sin rostro"

La horda de muertos avanza por Pedro Laplace. Asado los mira sorprendido. No lo puede creer. Parece una película, parece un sueño, pero no lo es. Es verdad; lo está viendo con sus propios ojos. Es verdad.

Todo el grupo baja del auto. Se encuentran todos viendo, petrificados, el espectáculo. Javier parece ser el único que disfruta de la situación. Era un seguidor de los comics y series de zombis de moda. Para él era como estar adentro de un video juego. Necesitaba pensar cómo sobrevivir. Necesitaba armas y el grupo le estaba empezando a molestar un poco. Pero la realidad era un poco más compleja que los comics.

¿Ustedes están viendo lo mismo que yo? —dijo Ayelén mirando fijamente la muchedumbre que se acercaba hacia ellos, muy lentamente. 
¡Es una locura! —dijo Ángela ¡Gustavo! ¿Qué vamos a hacer ahora?
Mamá, ¡tengo miedo! —dijo la princesita abrazando a su mamá.
Nos vamos a mantener juntos, todos juntos mientras la policía y el ejército se hacen cargo. Ya escucharon la televisión. Vamos, buscamos a Luli y nos volvemos a Los Boulevares; después nos quedamos ahí hasta que pase todo —dijo, pareciendo seguro, el Gringo.
Si nos quedamos quietos, nos morimos papá. Tenemos que conseguir comida y armas. – dijo insistente Javier.

Justo cuando terminó de hablar, una mano podrida lo agarro por la espalda y una cabeza ensangrentada de sangre intentó masticarle el cuello. Algunos zombis salían desde el Bar que estaba al frente de la Mujer Urbana y nadie lo había notado.

Asado lo agarró a Javier del brazo y lo sacó a tiempo de que el muerto lo mordiera. Mientras forcejeaba con el zombi, lo empujó, sacó el atizador que tenía en la cintura colgado y se lo calvó al costado de la cabeza. El muerto abrió la boca y se desplomó para atrás con el atizador aun clavado en la sien.

La putísima madre —dijo Asado mientras volvía a sacar su arma de la cabeza del recién caído ¡Tené cuidado, pendejo!

La cara de desprecio de Javier era cada vez peor. 

¡Gringo! ¡Mirá! grito Ayelén. 

Los adelantados de la horda ya estaban llegando a la Mujer Urbana. El Gringo tenía a dos muertos a 15 metros de él. Sacó el revólver y empezó a disparar. Uno, dos, tres. Los tiros acertaron pero en el cuerpo. Los muertos seguían andando. La princesita se escondía atrás suyo, Ángela lo agarraba fuertísimo del brazo, Ayelén había vuelto al auto a buscar el palo de hockey y, corriendo, ya se interponía entre los zombis y la familia del Gringo. 

Rápido, tienen que volver a los autos. ¡Yo me voy a buscarlo al Pity! —dijo Ayelén mientras le pegaba en la pierna, con el palo, al primer muerto que se acercaba, tumbándolo al piso.
¡Tené cuidado Aye! —dijo Asado mientras corría a ayudar a su amiga. Agarró de lleno, con el atizador, en la cabeza al segundo muerto que se adelantaba. Cayó seco enseguida. ¡Nos vamos ya!

El Gringo y su familia habían retrocedido ante los ataques. Ninguno había notado que detrás de ellos, la muerte se acercaba. 

Unos dientes llenos de sangre se colaron en el cuello de Ángela. 

Los gritos helados y secos de la mujer dejaban escuchar el horror de aquella escena. El Gringo, como petrificado, solo pudo agarrar fuerte a la princesita mientras el muerto se entusiasmaba con su comida. Los demás habían estado peleando con otro zombi adelantado de la horda. Con el grito se dieron vuelta pero ya era demasiado tarde. Ángela ya no tenía cara.

¡Es tu culpa hijo de puta! ¡Si no hubiera sido por ir a buscar a tu hija, mi vieja estaría viva! le grito Javier a Asado mientras iba corriendo a enfrentar a la muerte. El Gringo lo paró con un brazo.
Esto no es culpa de nadie —dijo el gringo con lagrimas en los ojos Nos vamos.

El Gringo arrastró a sus dos hijos al auto. No podía volver aunque quisiera. Atrás de ellos, la calle ya estaba congestionada de autos que intentaban salir. La gente en la calle corría. La horda se acercaba cada vez más y, entre las personas, se veían muchos con camisetas de fútbol que venían del Estadio. Entre ellos apareció el Pity, novio de Ayelén, que venía corriendo hacia ellos con una caña de bambú en la mano manchada de sangre. 

¡Ayeeee, Ayeee! ¡Acá estoy! ¡Bancame! —dijo el Pity. El reencuentro se fundió en un fuerte abrazo y un beso Pensé que no te volvía a ver nunca más, mi negra.
¡Te estaba yendo a buscar! Menos mal que apareciste, no sabía cómo iba a hacer para pasar por todos esos cosos de allá —le respondió Ayelén.
Basta de cháchara. Vamos a Güemes —dijo Asado.

Se subieron a los autos. El auto de Asado, con Ayelén y el Pity, encaró para la Núñez. En el auto del Gringo se discutía. Javier no quería seguir al auto de Asado pero el Gringo lo calló de un grito. Siguieron al auto de Asado; atrás los muertos habían alcanzado a varias personas. Nadie se dio vuelta, menos mal. Ángela se había levantado y estaba comiendo a una persona arrodillada en el piso.


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