Cap. 1 "El Clásico Cordobés"

El Parque de las Naciones parecía tranquilo visto desde la lomada más alta; los árboles se movían lentamente con el viento; un perro pasaba caminando. La noche era perfecta. La luna asomaba redonda en el cielo, cubierta por algunas nubes pasajeras. Todo parecía normal. Héctor "Asado" Gutiérrez, por unos segundos olvidó todo lo que estaba sucediendo. Un grito lejano y unos disparos lo trajeron de vuelta a la realidad.

No puedo hacerles esto. Es mucho lo que están haciendo por mí pensó.


Giró su cabeza,  y allí estaban. Intentaban hablar entre ellos para comprender algo, al menos, de lo que estaba pasando; pero ninguno entendía nada.


Es mi hija y yo me tengo que hacer cargo solo. No puedo seguir arriesgando así sus vidas dijo en voz baja.


Miró nuevamente la luna. Estaba tan tranquilo todo. Ojalá no hubiera pasado nada; ojalá todo volviera a ser como el día anterior. Pero no. Ya nada volvería a ser como antes. Los muertos estaban caminando y tenían hambre, mucha hambre.


Siete horas antes


Los Boulevares, Córdoba. Los amigos se había reunido en la casa del Gringo a ver el Clásico Cordobés Talleres versus Belgrano.


Metele gas Asado, que ya empieza el partido dijo el Gringo.

¿Cómo le voy a meter gas? ¿estás loco? le respondió Asado Gutiérrez.
Te dije Javi, este Asado no entiende ningún chiste dijo el Gringo sonriendo. Javier, su hijo mayor, lo miró y, sin decir nada, volvió a su celular.

En la mesa del patio estaban el Gringo, Javier y Ayelén. El Gringo estaba concentrado en el televisor. Javier estaba concentrado en su celular, como siempre. Adentro estaban Ángela, la esposa del Gringo y Karina, o la princesita, como la conocían todos, era la hija menor del Gringo y Ángela.

A ver si con esto aprenden a hacer un buen fernet. No puede ser que siempre tenga que ser yo la que lo haga bien dijo Ayelén con ese gesto irónico que la caracterizaba.

¿No te enseñan eso en la facultad Gringo? dijo Asado con una sonrisa en su boca y, sin darse vuelta, continuó acomodando los chinchulines en la parrilla.
Dale metele loco, que ya empieza el partido dijo el Gringo.

“Un nuevo día, un nuevo clásico cordobés. El árbitro que pita y arraaaanca el partido…” se escuchó en la televisión.

¡Que embole que tengamos que pagar para ver el fútbol ahora che! dijo Ayelén.

¡Bueno, bueno! No empecés porque sino te vas a ver el partido al bar de Don Pancho eh! Le retrucó el Gringo.
Tá, solo decía. Parece que por ser mujer no puedo ni decir eso cuando hay fútbol. Y acá todos sabemos que la que sabe sabe de fuchibol, ¡eu mamá! chicaneó Ayelén.

Asado miró de reojo. No quiso meter bocado porque siempre lo acusaban de machista. Igualmente sabía que la Aye tenía razón, no por nada era la N° 10 del equipo femenino de Talleres de Córdoba y la que bailaba a todos los pibes en la canchita del barrio.

Listo el asado muchachada. Arrancamos con los chinchu y ahí saco una faldita deshuesada que esta par… —intentó decir Asado cuando lo interrumpieron.

—¡AHÍ ESTÁ! ¡AHÍ ESTÁ!...............uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh, ¡pasó raspando el poste! gritó el fanático del equipo "pirata" de la mesa, el Gringo.
¡Caiate muerto! ¡No le hacen un gol ni a la torre ifel ustedes! chicaneó Ayelén.
Mientras Asado Gutiérrez sirve, nunca Belgrano va a poder hacer un gol, te lo aseguro retrucó sonriendo Asado, quien era un animoso hincha de la T cordobesa.

Mientras tanto Javier seguía absorto en el celular. Ángela y la princesita se sumaron a la mesa ante el aroma de los mejores platos de Asado Gutiérrez, que no por nada tenía el sobrenombre "Asado". Héctor “Asado” Gutiérrez era tachero. Se habían conocido en la infancia con el Gringo y los dos eran amigos del barrio. Asado era de Los Terrenos, que eran unas pequeñas casas con calle de tierra dentro del barrio de Los Boulevares, y el Gringo vivía atrás de la Shell, a una cuadra de Bv. Los Alemanes. El fútbol, el barrio, el Club y la escuela los habían reunido. Mientras el Gringo había ido a la facultad y se había recibido de Ingeniero Civil, Asado había dejado de estudiar cuando era pibe por tener que ponerse a laburar para llevar el pan a su casa. Ahora estaba cursando el secundario de adultos del barrio. Le gustaba, se sentía cómodo. Había muchos pibes jóvenes, pero Asado sabía integrarse bien. De hecho en el cole la conoció a Ayelén, una piba de 20 años y bien futbolera, que se sentó desde primer año con él. Les faltaba solo un año para terminar a los dos y Asado le había tomado cariño; le recordaba a su hermana menor que vivía en Capilla del Monte.

Seguro que ustedes están peleando por el partido de nuevo sentenció Ángela agarrando una silla.

¿Y que querés, má? Si estos de la B se piensan que pueden ganarnos. ¡Nunca! —dijo la princesita mirando a su papá. Ella había decidido ser de Talleres por influencia de Asado, que era su padrino, y para llevarle la contra a su papá. Asado la miró y le guiñó el ojo. La princesita respondió con una sonrisa.
¡La mejor parte para mi ahijada! dijo Asado, dándole un chinchu bien cocido, como sabía que le gustaban a la princesita.
¡Sos un genio, tío! dijo cariñosamente Karina, en tono de agradecimiento.

“Ahora sí, parece que si….la tiene Godoy…toque toque!...ahora el Cholo que se pasa a uno…a dos…¡como la mueve!...cambio de punta para Menéndez que la mete para Bebelo…pegaleeeee...¡GOOOOOOOOOOOOOOOLLLL!”, se escuchó en la televisión.

La mesa rompe en grito de gol. El Gringo se agarra la cabeza, Ángela le soba el lomo, Ayelén pega un salto, Asado abraza a la princesita y Javier que se corre un poco de la mesa para que no le interrumpan su ensueño virtual.

¡Vamos que sabía que hoy ganábamos! dice Ayelén.

¡Más vale! sentenció la princesita. Su padre ya no tenía cara de buenos amigos.

“Sale nuevamente la pelota del medio, pase atrás para que la tenga la defensa celeste…” volvió a transmitir la televisión.

En ese momento la cámara de la televisión se queda filmando a Olave, arquero de Belgrano que, totalmente desenchufado del partido, miraba a la tribuna.

“Che che mirá...mirá a Olave, ¿qué está mirando?”, se preguntó el locutor deportivo en la televisión


¿Y eso? preguntó Ángela.

—¡Uh! Éste se quedó medio tonto con el gol que le clavamos dijo Ayelén.
No, no, mirá bien, parece que se están pegando en la tribuna —dijo el Gringo.

“El árbitro para el partido. Hay incidentes en la tribuna local. Nuevamente la violencia en el fútbol. ¡Hasta cuándo muchachos! ¡Basta! ¡No se puede ver un partido en paz!”, dijo el locutor de la televisión.

En ese momento, Olave sale corriendo hacia las tribunas, salta el alambrado y se mete en una trifulca que ni se veía quién pegaba a quién.

Uh, ¡Se volvió chapa Olave! ¡Se metió a la tribuna a cagarse a trompadas también! ¿Qué le pasa? dijo Asado sorprendido.

Pará, que ahí no se están pegando… ¡se están matando! dijo sorprendida y angustiada Ayelén.


La cámara iba haciendo zoom en la tribuna local. A medida que se acercaba, ya se iban notado las ropas manchadas de sangre. Caras sacadas. Miradas grises. Dientes ensangrentados. Gente muriendo en las tribunas. Del medio del montón de gente en la tribuna, la mano ensangrentada y mordida de Olave se elevaba entre los muertos. 

Porque todos ya estaban muertos. 





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