Cap. 7 "Retornados"

Javier corría lo más rápido que podía. No miró hacia atrás, no quería ver, no quería ni imaginarse; ya no valía la pena, ya estaban todos muertos. Cruzó la avenida casi sin mirar si venían autos; todavía tenía el revólver en la mano. Cuando había hecho dos cuadras, un grito le llamó la atención. Venía de una casa que estaba cruzando la calle; era una mujer que pedía ayuda. De un auto que estaba estacionado en la puerta baja un hombre tan apurado que lo dejó en marcha; Javier miró el auto y fue para subirse y salir lo más rápido posible pero, cuando estaba por entrar, el hombre salió de la casa caminando muy lento, todo lleno de sangre.

—La maté —dijo. Javier lo apuntó con el revólver.
—Maestro, me llevo el auto, quieras o no —respondió Javier, convencido.
—La maté…me quería comer…la maté —dijo el hombre dando un paso hacia Javier.
—Ya está, hasta ahí nomas, conmigo no venís — dijo Javier, cada vez más nervioso. Pudo ver que el hombre tenía un cuchillo grande en la mano.

El hombre, ya gritando, comenzó a correr hacia Javier. Una bala, disparada casi a dos metros del hombre, lo hizo caer en seco hacia atrás. La sangre brotaba de su boca; la bala los había traspasado por el estomago y, en unos minutos, moriría. Javier lo miraba atónito; no le había costado nada disparar pero la sensación era muy fuerte; había quitado una vida y no le costó nada. Tal vez, ahora, tenía que ser así; pensar en él solamente ya que todos los miembros de su familia había muerto. Se murieron por no escucharme —pensó. Iba a necesitar gente que lo siga; él iba a sobrevivir pero necesitaba gente que lo siga para que eso ocurra. Los pibes del cole me van a entender —se dijo. Se subió al auto y se fue por la Obispo Lascano a toda velocidad.

La casa de Sofía quedaba justo al frente del Parque Autóctono; era un pasillo con 3 casas internas. Entraron y allí estaba Fernanda, la novia de Sofía. Fernanda era trabajadora social, se habían conocido en la comisaría, donde ella había ido a hacer un relevamiento de casos de detención irregulares de jóvenes en Córdoba. 

—Estaba muy preocupada —dijo Fernanda mientras iba al encuentro de su compañera —Pensé que no te veía más. Están por todos lados; la tele ya no funciona pero en internet hay videos de todos los barrios de Córdoba; ¡la gente está loca!
—Ya esta amor, ya volví y no me voy a ir —dijo Sofía, intentando tranquilizarla.
—¿Qué te pasó en el brazo? —preguntó Fernanda mientras miraba el brazo de su novia. Tenía una mordida.
—Nada, un hombre me mordió; creo que eso hacen, muerden como si tuvieran rabia —dijo Sofía.

Asado miró a sus amigos; recordó que Javier dijo que si te mordían, estabas frito, pero no habló. No sabía si era cierto, cualquier cosa podría pasar pero instintivamente puso su brazo delante de la princesita. 

—Nos vamos a quedar acá esta noche —dijo Sofía, mirando a su novia —Si tienen hambre, pueden comer unos fideos que sobraron de ayer, sino cocinamos más. Después pueden dormir en aquella habitación; ya les alcanzo unas colchas para que tiren al piso.

Nadie tenía hambre pero comieron igual, casi sin hablar. Luego de comer, Asado y Sofía quedaron despiertos para vigilar, por las dudas que no sucediera nada raro; era casi imprevisible lo que los muertos pudieran hacer. 

—Sofía, tengo que decirte algo. Creo que las personas que son mordidas por los muertos… —quiso explicar Asado cuando fue interrumpido.
—Ya lo sé, Héctor, pero no podía decirle nada a Fernanda, usted vió como estaba. En la comisaría nos dieron todas las indicaciones. Aparentemente todo comenzó en el Kempes, durante el partido; nos dijeron que fue un atentado terrorista, que plantaron una especie de virus que te mata y después volvés así, como todos esos de allá afuera. 
—¿Un atentado? ¿Y quién lo hizo, los yanquis? —se sorprendió Asado. 
—No, aparentemente todo comenzó en la Universidad de Córdoba. La mitad de la policía está allá; creen que se formó en los laboratorios con un grupo de científicos, pero no se bien. 
—Puta madre —dijo Asado.
—Héctor, vos tenés que cuidar a Fernanda, por favor —dijo Sofía mirando hacia la ventana que daba al Parque. Un grupo de muertos pasaba por allí persiguiendo a un perro.
—No te preocupes Sofía, yo me hago cargo —Asado era ese tipo de personas que podías confiarle tu vida.

A medida que iba pasando la noche, Sofía estaba cada vez peor. Comenzó sintiéndose mal del estomago, nauseas y mareos, luego vino la fiebre; al principio era poco, 37 o 38 grados, pero fue empeorando llegando a 41 grados. Cuando Sofía perdió el conocimiento, Asado decidió llevarla a su habitación y dejarla encerrada allí; se iba a convertir, ya estaba seguro de ello, pero no podía matarla, no así, él no era un asesino.
Amaneció. El grupo estaba listo para irse; Fernanda dijo que podían tomar su camioneta para llegar más rápido a Güemes. 

—Yo me quedo —dijo Fernanda con una mirada casi desesperada.
—No Fernanda, le prometí a Sofía que te iba a cuidar. No te podes quedar. Ella…ella se va a convertir. Ya está, no hagas esto por favor. —dijo Asado, pero, por la expresión de Fernanda, ya sabía su respuesta.

Fernanda abrazó a Asado y lo miró sin decir nada, esa era su despedida. Luego se volteó, abrió la puerta de la habitación y la cerró la puerta tras ella; Sofía ya había retornado.

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